El Salmo 86:5 dice
Porque tú,
Señor, eres bueno y perdonador,
y grande en misericordia para con todos los que te invocan.
y grande en misericordia para con todos los que te invocan.
Todos le hemos fallado
a Dios alguna vez, fallamos a su Palabra, fallamos en sus caminos.
Cuando pecamos le ofendemos,
entristecemos al Espíritu Santo, desperdiciamos tiempo lejos de Dios,
desperdiciamos nuestra vida y todo lo que Dios nos da. Cando pecamos, defraudamos
a otros y les hacemos daño, avergonzamos a nuestra familia, sufrimos heridas en
nuestro cuerpo y nuestra alma y nos toca llevar las consecuencias de lo que
hicimos mal.
Cuando le fallamos a
Dios, sentimos vergüenza, nos invade la inseguridad para acercarnos a Él y nos
entorpecemos al orar, ya que no sabemos si Dios nos recibirá, escuchará y
perdonará.
El problema de muchos
al orar cuando le fallamos a Dios, es que no sabemos sobre qué fundamentar
nuestra oración, y si no lo sabemos, no sabremos qué decir.
Yo no haré una oración
para que la repitas, lo que haré será darte fundamentos para que tengas razones
y sepas cómo dirigirte a Dios si le has fallado.
Respondamos la
siguiente pregunta: ¿qué nos lleva a fallarle a Dios?
Hay varias cosas por
las cuales le fallamos, dentro de ellas están: el temor, la inseguridad, las
necesidades, la pérdida de algún bien, nuestras debilidades, momentos de
angustia y peligros, y le fallamos a Dios por falta de temor a Él.
Cuando le fallamos a
Dios, comenzamos a sentir que nunca más podremos acercarnos a Él, ya que hemos
hecho algo terrible; sentimos que el pecado ha establecido una brecha entre
Dios y nosotros y comenzamos a sentirle distante. Comenzamos a sentir que no
valemos nada y aun sabiendo que somos hijos de Dios, sentimos que ya no daríamos
un centavo por nosotros mismos.
Muchas veces no nos
deja acercarnos a Dios un falso concepto de nosotros mismos.
Te pregunto:
¿Quién te considerabas
para nunca fallar?
¿Acaso no somos simples
mortales a quienes la Biblia llama vasos de barro?
¿Pensabas y creías que
ya eras perfecto para no fallar?
¿Acaso comenzaste a
pensar que eras mejor que otros?
¿Se te olvidó que para
mantenerte en pie necesitas de una constante dependencia de Dios?
¿Se te olvidó que Dios
te amo aun sabiendo de tus futuras faltas?
A continuación,
mencionaré dos ejemplos importantes que nos ayudarán a saber que lo más
importante después de fallar, es acercarnos a nuestro Padre celestial con la
seguridad de su perdón y de su restauración.
El Salmo 51, es una
oración hecha por el Salmista David después que fue confrontado por su pecado
de adulterio y complicidad en la muerte del marido de la mujer con quien pecó.
David sabía que sus
errores habían dañado a mucha gente y así nos pasa a nosotros.
Todo pecado nos hiere a
nosotros mismos y a otros, y finalmente ofende a Dios porque es rebelión contra
el estilo de vida que Él nos demanda.
En Lucas capítulo 22
versículos 54-62, encontramos el ejemplo de Pedro, que después de haberle jurado
amor y fidelidad a Cristo, terminó negándolo por tres veces que lo conocía, lo
que lo llevó a llorar amargamente, no sólo porque negó a su Señor, sino también,
porque le dio la espalda a su amigo, quien lo amó y lo enseñó durante tres años.
Déjame decirte algo muy
importante: Si tú que me estás escuchando eres hijo de Dios, debe saber que
existe una gran diferencia entre confesar el pecado como culpables por primera
vez y confesar el pecado como hijos de Dios.
Hemos sido lavados de
una vez y para siempre por la Sangre de Cristo, pero nuestros pies todavía
necesitan ser lavados de la profanación de nuestro diario caminar como hijos de
Dios.
La naturaleza enseña,
que el deber de los hijos que cometen faltas, es confesarse ante su padre
terrenal y la gracia de Dios en el corazón nos enseña, que nosotros como sus
hijos tenemos el mismo deber ante nuestro Padre celestial.
Cuando David se sintió
impotente por haber pecado, no se cruzó de brazos ni cerró sus labios, sino que
fue rápidamente el trono de la gracia de Dios procurando que su corazón y su
espíritu fueran renovados.
Las lágrimas de Pedro
reflejaban un profundo arrepentimiento por haberle fallado a su Maestro.
Las vidas de estos
hombres no fueron marcadas por haberle fallado a Dios, sino porque habiendo
fallado no se alejaron de Él, sino que se acercaron arrepentidos deseando una
vez más estar a paz con Él.
Te pregunto:
¿Tienes una intención
sincera de apartarte del pecado? tu dirás:
- pero, para qué, si
siento que Dios no me perdonará.
Pensar que Dios no nos
perdonará, no nos permite disfrutar de muchas cosas que Él tiene para nosotros.
Hay una esclavitud que
viene al sentir que Dios no nos perdona. Nos sentimos condenados por este
sentimiento, nos sentimos rechazados y condenados por Dios; pero esa no es la
forma de Dios relacionarse con sus hijos, ya que la Biblia nos enseña que
tenemos un Padre perdonador.
Nosotros ofendemos y
fallamos todos los días y no debemos irnos a descansar sin recibir nuestro
perdón diario; si no lo hacemos, sentiremos que hay una distancia entre Dios y
nosotros y para evitar esto, necesitamos arrepentirnos. Te preguntarás ¿Cómo me
arrepiento?
Escúchame bien:
El arrepentimiento, es
un cambio de mentalidad en cuanto a nuestras obras para poder experimentar
nuevamente una relación afectuosa con la persona a quien le fallamos.
Un arrepentimiento,
tiene que involucrar un cambio de pensamiento con respecto a aquello en que le desobedecimos
a Dios.
Un arrepentimiento
genuino, debe involucrar un cambio en el estilo de vida que llevamos.
Un verdadero
arrepentimiento, implica confesar delante de Dios nuestro pecado en que hemos
fallado.
Procura que cuando ores
a Dios confesando tu pecado, tus palabras sean un fiel reflejo de un espíritu
humillado.
Dios desea ver en
nosotros un espíritu quebrantado.
Dios quiere que estemos
cerca de Él y que experimentemos su vida plena y completa, pero el pecado no
confesado hace que esta intimidad sea imposible.
Aprende en tu confesión
a ser honesto con Dios, no le des nombres hermosos a la falta que cometiste; se
totalmente sincero con Dios, no dudes de su perdón y de esta manera
permanecerás en plena comunión con Él.
Cuando nos presentemos
a confesar nuestros pecados ante el Dios de los cielos, recordemos que estamos
delante de un Padre que nos ama, de un Padre que es compasivo, de un Padre que
conoce nuestra condición y que se alegra de nuestro regreso a Él.
El arrepentimiento no
es algo a lo que debamos huir; por el contrario, el arrepentimiento nos hace
humildes, nos restaura a una posición donde experimentamos la gracia de Dios y
nos capacita para ser usados por Él.
El arrepentimiento nos
cambia la perspectiva de las cosas.
Debemos siempre
recordar que Dios se centra en nuestro regreso; entonces cuando ores, da
gracias a Dios por su perdón y ten la plena seguridad de que te ha recibido.
Muchos también dirán:
-yo he orado, pero
siento que no me ha perdonado.
Déjame decirte: No
podemos entender el perdón de Dios si no entendemos que la motivación principal
de Dios para perdonarnos sólo la encuentra en sí mismo.
1 Juan 1: 9 dice:
Si
confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad.
Recordemos la parábola
del hijo pródigo en Lucas capítulo 15 versículos 11-32.
El hijo pródigo no
tenía nada que motivara a su padre para que le perdonara, y él solo le
perdonaba por el amor incondicional hacia su hijo.
A continuación,
conoceremos 6 características del perdón de Dios tomadas de la parábola del
hijo pródigo, que deben darte seguridad al orar y al acercarte a Dios después
de haberle fallado.
PRIMERO. El perdón de Dios es
constante.
Esto significa, que
desde el momento en que el hijo pidió todo a su padre y se fue de la casa, este
hombre le perdonó. El padre sabía lo que al hijo le acontecería lejos de casa,
pero desde el día en que decidió irse, de antemano le perdonó.
El perdón de Dios no es
temporal, sino constante.
Su perdón nunca se ha
detenido.
SEGUNDO. El perdón de Dios es
paciente.
El padre siempre esperaba
el regreso de su hijo.
Dios espera el tiempo
necesario hasta que reconozcamos nuestra desobediencia y confesemos nuestro
pecado. Él nos espera pacientemente en el mismo lugar en que le abandonamos un
día.
Él no se ha alejado; Él
no es quien se ha ido, sino que hemos sido nosotros quienes en ocasiones nos
salimos de sus caminos.
TERCERO. Él perdón de Dios
siempre está dispuesto.
Es gratificante saber,
que el padre del hijo pródigo salió a su encuentro para abrazarlo. Dios nunca
pierde la disposición y la motivación para recibirnos en nuestro regreso.
Dios siempre espera;
lastimosamente no nos acercamos muchas veces a Él sino hasta que tocamos fondo
en la vida.
CUARTO. Él perdón de Dios
siempre es producto de su amor.
Lo único que le
interesaba a este padre, es que su hijo había regresado; que estaba perdido y
que había vuelto y que se había restaurado la comunión entre los dos. Eso era
lo que más le importaba.
QUINTO. El perdón de Dios es
completo.
Dios perdona de manera completa.
Este padre, no perdonó
sólo algunas cosas que su hijo había hecho, como abandonar la familia y
malgastarlo todo; también perdonó su vida inmoral y todo lo que demás había
hecho. Al venir a Dios, Él nos perdona de manera completa y no parcialmente,
pues no hay pecado que la Sangre de Cristo no pueda limpiar.
SEXTO. El perdón de Dios es
incondicional.
En ningún momento el
padre le pidió explicaciones a su hijo acerca de qué manera había malgastado lo
que le había dado, acerca de cómo desperdició su tiempo; ya que el hacerlo no
solucionaba nada y entendía que eso ahora sólo hacía parte de su pasado. Por
esta razón, cuando llegues ante Dios, debe saber que llegaste ante un Padre
amoroso, que está gozoso de que hayas reconocido tu falta, quien desea
perdonarte completamente e incondicionalmente por su amor.
Cuando el hijo regresó,
el padre lo abrazó mostrándole que lo aceptaba, y lo besó confirmándole su
perdón; lo mandó a vestir devolviéndole la posición que antes tenía y mando a
ponerle un anillo como emblema de restitución de autoridad, e hizo fiesta por
su regreso.
Dios nos brinda todas
las garantías para acercarnos a Él y se nos revela como un padre perdonador
para que tengamos confianza al hacerlo.
Muchos pensarán que lo
que estoy diciendo, es que podemos apartarnos de Dios, vivir como queramos y
que no pasará nada, pues todo lo que Dios hará será perdonarnos. pues no, ya
que no se puede pecar sin sufrir las consecuencias.
El pecado acostumbra
dejar consecuencias desastrosas y es por esta razón que Dios desea que siempre
permanezcamos a su lado para no tener que sufrirlas.
Algunos me dirán, qué
digo esto porque no sé exactamente lo que han
hecho; y es preciso que
este pensamiento es una de las razones por las que te he expuesto la grandeza
del perdón de Dios.
Acércate a Dios, hazlo
como lo hizo el hijo pródigo.
Levanta tu mirada el
cielo, reconoce tu falta o pecado, arrepiéntete, aléjate de ello, pide perdón y
regresa que el Padre celestial te está esperando.
A manera de ejemplo de
oración, el Salmo 51 dice:
51:1 Ten
piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
51:2 Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
51:3 Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
51:4 Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
51:5 He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
51:6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
51:7 Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
51:8 Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
51:9 Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
51:10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
51:11 No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
51:12 Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
51:2 Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
51:3 Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
51:4 Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
51:5 He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
51:6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
51:7 Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
51:8 Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
51:9 Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
51:10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
51:11 No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
51:12 Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
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